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LO QUE EL TIEMPO NUNCA CURÓ · Olga Mínguez


LO QUE EL TIEMPO NUNCA CURÓ · 
  No somos capaces de descifrar el mundo, pero al menos somos  
  conscientes de su misterio  



Dicen que Dios creó el mundo en seis días, y al séptimo descansó. Por eso, el número siete ha tenido siempre un lugar destacado en la simbología de occidente. Se me viene ahora mismo a la mente una película de Carlos Saura en la que la protagonista explica: “por eso las mayores tragedias ocurren en domingo, cuando Dios duerme”.

Quizá por eso sitúa también Olga Mínguez la trama de su nueva obra, Lo que le tiempo nunca curó, en una fecha marcada por el siete: la noche del séptimo aniversario de bodas de Marcel y Véronique. Siete son también los personajes que intervienen en este drama. Un drama que lleva a sus protagonistas a vagar entre los límites de la realidad y el deseo, de la locura y la cordura, de lo que son y lo que pudieron haber sido… Todo ello con un marco histórico ideal como telón de fondo: el París de finales del XIX. Con él, Olga Mínguez vuelve a mostrarnos su particular marca de la casa: la minuciosa recreación de momentos históricos que interactúan directa pero discretamente con la trama.

Lo que el tiempo nunca curó es también una obra marcada enteramente por el contraste entre lo de dentro y lo de fuera en todos sus planos, el espacial y el propio de cada personaje. Así, lo de fuera sería el ambiente alegre y cargado de ilusiones de la bohemia francesa, que tan sólo se conoce por las alusiones de los personajes; éste choca fuertemente con lo de dentro, la casa familiar, un espacio. Así mismo, lo que estos personajes hacen, lo que aparentan ser,  también entra en discordia con el mundo interior de cada uno.

Y en esencia, la realidad (lo de dentro) y el deseo (lo de fuera) se articulan en una lucha constante que no dejará a nadie –ni a los personajes ni a los espectadores- indiferente. Pero el mayor conflicto de esta historia, recae sobre los que asistan a ella, pues deben decidir si juzgar o empatizar con las virtudes y defectos de estos personajes.


Una familia desalentada como alegoría de la decadencia de un siglo que pudo serlo todo pero que, en su ocaso, se vio superado por las circunstancias que su sucesor, el XX, trajo de su mano. 


Fotografía de David García Teruel


MARCEL.- ¿Te sientes satisfecho?
VINCENT.- ¿De qué?
MARCEL.- Es la segunda discusión que tengo con mi esposa en el día de hoy.
VINCENT.- No es mi problema.
MARCEL.- Por supuesto que no. Tal vez tendrías más sensibilidad hacia estos temas si tuvieras una…
VINCENT.- ¿Qué?

MARCEL.- No, nada.


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