TAL COMO SOMOS
crítica de Javier de Dios a 'Cuando fuimos dos'
La AAT (Asociación de Autores de Teatro) ennoblece cada día más su labor y la de los autores de teatro en su Kiosco teatral.
En su apartado Leer Teatro nos ofrece las mejores críticas, los mejores estudios sobre el buen teatro contemporáneo, de la mano de sus colaboradores, sobradamente conocidos y reconocidos todos ellos.
Os animamos a todos a seguir de cerca a El kiosco teatral de la AAT.
En ÑAQUE nos sentimos especialmente emocionados, agradecidos y también queridos en ese Kiosco teatral. En el número 1 de Leer Teatro se publica una extraordinaria crítica de la mano de David Ladra sobre 'Deja el amor de lado' de José Sanchis Sinisterra, titulada Conversación bajo el glaciar.
Y ahora en el número 3, dos nuevas críticas. Una de Javier de Dios, sobre 'Cuando fuimos dos' de Fernando J. López, titulada Tal como somos, que ahora reproducimos para todos nuestros seguidores ñaqueros
Y otra, de María José Bajo, sobre 'La calle de infierno' de Antonio Onetti, titulada Por la calle de infierno de Antonio Onetti, la que también os reproduciremos en la siguiente entrada del blog de ñaque.
Tal como somos
“Dos hombres jóvenes, atractivos, de treinta y pocos. Una cama. Un
interlocutor al que nunca vemos y que, seguramente, sea el terapeuta”… Con estos elementos como punto de partida y
mucho que contar, que mostrar y que compartir, Fernando J. López construye una
historia de amor –y desamor– que evoluciona sin perder en momento alguno el
pulso dramático, sin que decaiga su capacidad para atrapar al lector y hacerle
partícipe de los errores, aciertos, dudas, certezas, emociones y reflexiones de
la pareja protagonista. Sin caer en trampas melodramáticas, como indica el
propio autor en el prólogo –donde desentraña buena parte de las claves
compositivas de la obra–. Tampoco en fórmulas preconcebidas, sin juicios ni
prejuicios: una de las grandes bazas de Cuando fuimos dos es el tono cercano, sensible sin sensiblería,
cómplice sin concesiones, con que el autor nos ofrece la historia de los dos
amantes, Eloy y César.
Un tono que equilibra constantemente lo reflexivo y lo emotivo y
con el que se desarrolla una trama que transita por los distintos momentos de
la relación de los dos hombres, desde que se conocen hasta que esa relación se
agota. Pero no recorremos ese camino de una manera lineal, sino saltando
continuamente de un presente en el que lo que fue parece que ya no es, a un pasado que, más que
presentársenos como fue, se nos
muestra más como lo evocan los personajes.
Ese anclaje del texto entre el presente y el pasado se vuelve
evidente si observamos la estructura de la obra. Cada una de las dieciséis
escenas de Cuando fuimos dos se divide en dos cuadros: A y B. En cada cuadro
A los personajes comparten el momento presente con el terapeuta –o con el
público, igualmente presente y destinatario del discurso– y comentan su
relación en retrospectiva: valoran logros y equivocaciones, acciones y
reacciones tanto propios como del compañero. Han pasado veintisiete días desde
la ruptura. ¿Qué hice, qué hiciste? ¿Por qué ocurrió? El amor se convierte así
en objeto de reflexión por parte de sus propios protagonistas, en un diálogo
con un destinatario aparente –ese terapeuta al que nunca se ve o el público
mismo, ambigüedad que el autor reconoce como deliberada en el prólogo– al que
se le quiere ofrecer una versión fidedigna de lo sucedido. Y aquí radica, a
nuestro juicio, otro de los aciertos de la obra, en el sentido de que, por una
parte, la reflexión y la evocación que inicialmente podrían parecer un recurso
distanciador, en tanto que abstraen y comentan la acción principal, crean por
el contrario una corriente de complicidad al convertir al público –también al
lector– en confidente privilegiado de las oscilaciones emocionales de los
personajes. Le regalan dos puntos de vista complementarios sobre la relación
–el de Eloy, el de César– y le implican en una búsqueda, porque las reflexiones
y las preguntas de Eloy y César no se detienen en la expresión de sentimientos,
sino que aspiran revelar lo oculto, lo más íntimo, y desean encontrar las
respuestas que les permitan entender lo que sintieron, lo que ocurrió entre los
dos. Aunque, como cabe esperar, en ese caleidoscopio que constituyen los
recuerdos resultará imposible fijar en el tiempo las emociones y los
sentimientos porque estos se hallan en constante cambio, incluso cuando el
referente es uno mismo.
En los
cuadros B, por su parte, la acción dramática se aleja del presente en que los
dos hombres confiesan y reflexionan para mostrarnos directamente la relación.
Esta se nos presenta desordenada en el tiempo y sintetizada en momentos
representativos de cada fase por la que va transitando la pareja. Asistimos a
lo más significativo, a los momentos clave vividos por Eloy y César. Como si se
tratara de una composición impresionista, estos momentos son retazos que
apuntan sólo a sucesos relevantes y que, desde el punto de vista de su
tratamiento escénico y también lingüístico, se nos muestran con una
esencialidad completamente despojada de adornos. Digamos que la misma
esencialidad con que nos abordan los recuerdos cuando estos, lejos de responder
tan solo a un intento de justificación, se ven impulsados por el deseo
auténtico de llegar a entender lo que nos ha sucedido. Y para César y Eloy,
esos recuerdos a veces aparecen como puramente esperanzadores y otras se
muestran duros y dolorosos, pero siempre limpios y honestos. Como ellos, como
su propio vínculo, a pesar de las vicisitudes a las que hacen frente y a los
rasgos de carácter que sustentan los desencuentros.
En definitiva, como puede verse, la estructura de Cuando fuimos dos remite a un juego complejo. Eso sí, ejecutado
con la sencillez que solo da un dominio de la escritura como el que despliega
Fernando J. López. Un juego que permite que el lector-espectador no asista a
“una historia sobre una pareja” sino a tres: la historia como la recuerda Eloy,
la historia como la recuerda César y la historia como se presenta ante nuestros
ojos, tal como la percibimos nosotros.
Los temas en
torno a los que gravitan los recuerdos y experiencias de Eloy y César también
remiten a cuestiones esenciales en cuanto a potenciales motores dramáticos
cuando nos movemos en el mundo de la pareja: la atracción sexual, la
infidelidad, los celos, la diferencias socioculturales… La estilización de la
acción y los temas se extiende también a los objetos, presentes y aludidos, que
resultan además muy significativos para la acción y adquieren así un
interesante valor dramático, casi simbólico por lo que llegan a significar para
los amantes (cajas, maleta, la novela de Eloy, deuvedés, series de televisión y
películas…); estilización también en el espacio (el dormitorio: una cama,
referente visual por excelencia de la intimidad de Eloy y César); y en el
lenguaje –nítido, dotado de una oralidad tan elaborada como eficaz, alejada
tanto de excesos retóricos como de un excesivo apego al habla–. Llama la
atención la disposición del diálogo en dos columnas, una para cada uno de los
personajes. Dado que en ningún momento esta disposición traslada al papel una
posible simultaneidad de las réplicas ni rompe con la convención de las
intervenciones sucesivas, pensamos que la elección del autor remite más que a
una experimentación con la organización interna del discurso a una referencia
visual que apunta al sentido de la obra: Eloy y César comparten
irremediablemente un espacio y sus palabras se interrelacionan por necesidad,
pero cada uno ocupa su lugar, bien delimitado frente al lugar del otro.
Eloy y César, los personajes. Dos hombres y dos mundos distintos.
La literatura y la creación, la carrera profesional, la indagación interior y
la sensibilidad –no sólo ante la cultura– forman el mundo de Eloy. El aquí y
ahora, la vida social y un ímpetu por la vida casi salvaje constituyen el de
César. “Lo nuestro ocurrió aunque nos opusimos a ello”, reflexiona Eloy al
comienzo de la escena XI. Efectivamente, esa idea de lo inevitable del amor, de
la pasión entre los amantes –tan clásica, por otra parte–, recorre el texto de
principio a fin, aunque huyendo de los tópicos con que habitualmente se ha
plasmado a lo largo de la historia: Fernando J. López deja de lado cualquier
atisbo de retórica romántica y envuelve hábilmente la idea en elementos urbanos
y absolutamente actuales (las relaciones a través de las redes sociales y las
nuevas tecnologías, la transitoriedad de los encuentros, la presión del trabajo
y la pertenencia a ámbitos laborales distintos…) y consigue así no solo un
enfoque renovado del tema, sino también la identificación y el reconocimiento de Cuando fuimos dos como una
obra que afina certeramente a la hora de mostrar, de un modo pleno, los retos y
zozobras de las relaciones de pareja de hoy. No puede hablarse de protagonismo
y antagonismo de cada uno de los personajes porque ambas funciones se hallan
compartidas con ecuanimidad entre Eloy y César: el autor no juzga ni toma
partido, las pautas de conducta las dictan los propios personajes. Es más, en
la pareja que nos ocupa ambos aparecen igual de perdidos o igual de orientados,
según, cuando se trata de ir creando, día a día, las instrucciones de uso de
una convivencia que nadie ha marcado de antemano y para la que no sirven las
normas caducas, los roles antiguos.
Cabe reseñar, para finalizar, el éxito obtenido por Cuando fuimos dos sobre el escenario, auténtica finalidad de
cualquier texto teatral. Primero, en la puesta en escena dirigida por el propio
autor. Y en el momento de escribir esta reseña, en un segundo montaje con
dirección de Quino Falero en el Teatro Infanta Isabel de Madrid. Un excelente
destino para este texto escrito con un absoluto dominio de los recursos
dramáticos, un texto que recomendamos leer a todos aquellos que renieguen de
tópicos, que rechacen la trivialización infantil de los sentimientos amorosos
que encontramos en tantas y tantas ficciones y, por el contrario, deseen
disfrutar con una historia adulta, emocionante, honesta y con tantos matices
como la vida misma.
Javier de Dios
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