'El cuaderno de Elisa'
Vicente García Campo
Vicente García Campo
#NOVEDAD
¿Escribimos nuestro destino?
En teatro nada es gratuito, bueno últimamente las
entradas, pero, aparte de eso, todo lo demás no lo es.
He usado “gratuito” como sinónimo de no
pago, en realidad, lo que he hecho ha sido un sencillo juego de palabras (a las
que Alberto, uno de nuestros dos personajes protagonistas es tan aficionado) y
lo que quería significar es que en teatro, en escena, en el texto teatral, no
hay nada que esté allí por casualidad.
Si en escena aparece un arcón (en
cualquiera de las formas que pueda éste adoptar como canapé, sofá, ataúd etc.)
es que hay un muerto. Lo mismo se puede decir de una pistola. Si en escena hay
una pistola, más temprano que tarde, debe utilizarse o, como mínimo, alguno de
los personajes intentará utilizarla.
En El cuaderno de Elisa encontramos una pistola, pero también un pastel de
cumpleaños, un escorpión, una golondrina y, por supuesto, un cuaderno. Un
cuaderno que Elisa perdió veinte años atrás cuando todavía sentía que la vida
era una especie de limón ácido y divertido al que había que exprimir hasta
sacarle la última gota. Era la época en que se cree, a pie juntillas, aquella
frase de “Vive deprisa, muere joven y serás un bonito cadáver”.
Pero han pasado veinte años y para
Elisa, como para la mayor parte de las mujeres, que el tiempo pase deprisa no
quiere decir que se viva deprisa y, mucho menos, intensamente. Eso sí, el
tiempo pasa y siempre (hasta los cuarenta o por ahí) queda la posibilidad de
dejar un bonito cadáver. No es mucho, es verdad, pero es algo. O al menos es lo
único que le queda a Elisa en el día de su cuarenta aniversario, de aquella
otra persona, de la joven Elisa que fue veinte años atrás. De la jovencita que
escribió en su cuaderno íntimo aquella frase terrible que la iba a marcar de
una forma tan profunda: “El día de mi cuarenta cumpleaños, después de soplar
las velas, me pegaré un tiro”. ¿Por qué lo escribió? Después de releer lo que
escribió, con tinta indeleble, en su pulcra caligrafía hemos de reconocer que
no lo sabemos y, muy probablemente, ella tampoco. Pero lo que sí sabe nuestra
protagonista es que esa frase es lo único que le queda de la Elisa de veinte
años que ella fue. Y en esas palabras se esconde la clave de la obra. “¿Somos
capaces de escribir nuestro destino?”
¿Lo somos? Elisa cree que sí, ella lo
escribió y para llevarlo a cabo tiene lo que necesita: una pistola. Y tiene el
momento, un momento que tiene la forma de un pastel de cuarenta cumpleaños. Con
una pistola apuntándole a la sien puede cumplir lo que escribió en su cuaderno.
Pero nadie es una isla, nadie vive del todo aislado y sus decisiones afectan,
en mayor o menor a quienes le rodean. Y a Elisa le rodea y ama Alberto, su
marido, para el cual el propósito de suicidio de Elisa “no es un destino, es simplemente
la nada”. Eso le dice Alberto “la nada”.
Así, ¿podemos escribir nuestro destino?
Elisa cree que sí. Alberto cree que sí.
¿Podemos escapar a nuestro destino?
Elisa cree que no. Alberto sonríe ante
el destino.
Elisa es un escorpión. Alberto es una
golondrina.
Han de luchar. ¿Qué lucha más extraña
verdad? ¿Quién creéis que puede ganar?
Es difícil pronosticarlo, primero hemos
de repasar las armas de cada uno.
Un escorpión tiene esas dos pinzas
enormes con las que se defiende y atrapa a sus presas. Y luego está su aguijón.
Un aguijón cargado de un veneno mortal. Una golondrina tiene dos hermosas alas
y un pecho blanco que es como una nubecita que recorriera los cielos más
azules…
¿Quién creéis que puede ganar?
Pero, ¿hay una respuesta? Sí. La
respuesta es ninguno. ¿Hay otra respuesta? Sí. La otra respuesta es: los dos.
Es decir, ganan todos o pierden todos. O ganan Alberto y Elisa. O pierden
Alberto y Elisa.
Hay algo que no he mencionado del
aguijón. ¿Lo tenéis en mente? El aguijón de un escorpión es como una pica
agresiva al final de su cola curva.
Elisa, ya lo hemos dicho, es el
escorpión, con una peculiaridad, su aguijón está levantado, listo para actuar
pero no busca aniquilar a su enemigo. Elisa es el escorpión que se clava a sí
mismo el aguijón.
Y Alberto debe impedir que lo haga.
¿Qué puede hacer una golondrina contra
un escorpión que trata de clavarse su propio aguijón?
Sólo mostrarle el cielo. Mostrarle que
cada vez que bate sus alas una golondrina escribe su destino, y que lo hace una
y otra vez, infinitas veces mientras dura la vida. Volar es volver, a cada
golpe de ala, a empezar. Empezar de nuevo, empezar cada primavera, cada vez que
echa a volar…Así, siempre, siempre, siempre…
Ya lo hemos dicho, Elisa es un
escorpión, Alberto una golondrina. Alberto en El cuaderno de Elisa, tratará de mostrar a su mujer que es posible
volver a escribir nuestro destino, volver a (por usar una palabra de moda)
reinventarnos.
En El cuaderno de Elisa pretendo mostrar que sí, que escribimos nuestro destino,
pero que debemos escribirlo como si fuéramos golondrinas, como si usáramos el
aire para escribir y que el aire es transparente y ligero y nos permite ver a
través de él y no sentimos el peso ni la responsabilidad de la letra escrita.
Vicente García Campo
El deseo más poderoso en los humanos -y, por lo tanto, en Alberto y Elisa- es el amor. Platón definió ya el fenómeno amoroso como la “expresión del deseo de aquello que nos falta”, y García Campo redefine este proceso y afirma por boca de Alberto “que todos deseamos aquello que hemos perdido”.
"García Campo tiene muy en cuenta que el discurso teatral es una acción esencialmente pragmática, en la que están involucradas las funciones de la enunciación y la apropiación de la materia discursiva por la escena. En relación con ello deben considerarse las observaciones perfectamente señaladas en las didascalias y en los propios discursos de los personajes, que en muchos casos constituyen actos claramente performativos." Francisco Gutiérrez Carbajo
Drama · 2 personajes (1 mujer y 1 hombre)
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Cristina M.Ruiz
Es una iniciativa de LIBRERÍA DE TEATRO y ÑAQUE Editora
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